Supongo que, después de conocer de oídas una ciudad, es inevitable tener prejuicios antes de visitarla o en el mismo momento de hacerlo. Ciertamente, en lo que se refiere a Bailén, que es el tema que nos ocupa hoy, adquiere muchos más matices al asociarla a una persona e imaginar durante mucho tiempo lo que te han contado una y mil veces.
Llegar a Bailén es gratificante ya con solo sentir alivio después de jugarte la vida en el barranco de Despeñaperros el cual, pese a ir a paso tranquilo y con el cinturón puesto, hace desconfiar después de ir durante dos horas por la llanura. De un vistazo, sabemos que entramos en un pueblo desde el mismo momento que vemos casas bajas, gente que cruza la calle sin mirar y hace parar el coche y perros asilvestrados que tienen más cuidado que los propios peatones.
Bailén es un pueblo afable, sencillo, sin florituras urbanísticas pero bastante ornamentado (acostumbrado a las casas sobrias castellanas). Resalta, a los ojos del espectador poco prolijo por esos lares las fachadas alicatadas (algunas con más gusto que otras) y un acento andaluz poco conocido, muy diferente al de Cádiz o Sevilla (los cuales en algunos momentos han llegado a cansarme, ya sólo por su mitificación folklórica). Éste, tiene una dicción más melódica, menos jaspeante y por supuesto totalmente carente de eses al final de palabra, ya sean plurales, conjugaciones o llanas o esdrújulas. Totalmente recomendable una conversación de bar del tipo Chusteh e un ná, y de que el Madrid no pué jugá asindemal.
Por sus calles, sorprende la gente joven, cosa que, para este tipo de pueblos es algo de lo que enorgullecerse. Para ellos, el ritmo de vida es como el de la gente cualquier pueblo de tamaño similar: los cuatro o cinco sitios de reunión (polideportivo, plaza o bares, según la edad), y el ritmo repetitivo que a cualquier animal de ciudad le volvería loco en menos de una semana.
Bailén se levanta soleado en mi paseo improvisado. Sorprende su luz, que no se esconde entre altos edificios. Los ancianos empiezan a llenar las plazas y hablan entre ellos en corrillos, chavales con chándales bien marcados con grandes letreros se dirigen a jugar al fútbol, al balonmano, baloncesto. Los padres pasean con sus hijos pequeños. Pasa el coche de la policía, el que conduce conoce al que en ese momento está sacando el perro, se para en medio de la calle y hablan, ambos gesticulan ávidamente y ríen, el coche arranca de nuevo…
Se podría decir que esto es una estampa normal del planeta Tierra, será porque llevo tiempo sin pisar un planeta como este que me sorprende.
Enhorabuena Marina.
2 comentarios:
Jolín Pablito, es que cuando lo estaba leyendo tenía los ojos como platos, créeme que no cabía en mí del asombro..¿realmente este chico está hablando de mi pueblo? ¿es esa la descripción del one-horse town en el que nací? Será que una visita en el espectador poco prolijo provoca sensaciones extrañas. Así hasta parece otro...pero desengáñate, no es más que un cúmulo de habitantes en una encrucijada de caminos que se lamenta cada día porque todo tiempo pasado siempre fue mejor.
Gracias por estar allí,
millones de besos
bueno, ya supongo q la novedad es la novedad... por eso digo que para cualquier animal de ciudad ese tipo de vida le volvería loco en menos de una semana.
pero ya sabes q cualquier sitio nuevo es interesante para mí, jej,
Un placer, bssss
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