La mayoría de las portadas, tanto deportivas como en las de información general o en diarios regionales trajeron ayer una foto a todo color de nuestro amigo Cristiano Ronaldo y su magnificente presentación en el Bernabéu, que nadie caiga en el error, hay camisetas, hay balones, hay estadios, copas, escudos… pero esto no tiene nada que ver con el fútbol, tomando claro la acepción habitual, que dice que es un deporte.
Un poligonero de Madeira, un brasileño legionario de cristo y un rapao de los suburbios de Lyon se vienen a jugar al futbol a Madrid, sin parafernalia mediática todo parecería normal. Detalles, una campaña ejemplar para el público al que va dirigida (es decir, chabacana, imbécil, ególatra y completamente sensacionalista) y piropeada por el trozo de papel más leído a diario en este país (cosa también digna de lamentar) hacen el efecto unidos a más de 200 millones de euros a tocateja y con los tiempos que corren…
Los exaltados intermitentes, es decir, ese tipo de gente que se hace fan de un grupo en Facebook del tipo “más dinero para comer y menos para el fútbol” y acto seguido se preocupa de si Madonna se ha hecho un tatuaje en el culo o si tal estampado esta de moda, no debería pensar que esto es una cifra desorbitada o absurda, cuando un empresario de tal calibre (para que nos vamos a engañar) se gasta dinero, no es para perderlo, aunque tenga que asumir sus riesgos.
Aquí radica pues la tristeza del asunto: una sociedad en la que marcan el tono deficientes mentales que llenan estadios y se quedan roncos de chillar subnormalidades; cada vez más liberal, vacía, consumista y tan estúpida como para hacerle pensar, y con verdadera razón, a un empresario que es rentable este tipo de negocio. Si éstas se han convertido en las cosas que una sociedad se ilusiona o demanda para ocupar su tiempo libre no es a la crisis a quien deberíamos temer, es nuestra soberana idiotez lo que va a provocar que licenciados universitarios acaben vendiendo camisetas en el Corte Inglés o moviendo sus culos al extranjero.